Pasajes Seleccionados del libro Ética a Nicómaco de Aristóteles

 



LA FELICIDAD COMO BIEN SUPREMO EN ARISTÓTELES


"[...] el bien supremo que podemos proseguir en todos los actos de nuestra vida. La palabra que le designa es aceptada por todo el mundo; el vulgo, como las personas ilustradas, llaman a este bien supremo felicidad, y, según esta opinión común, vivir bien, obrar bien, es sinónimo de ser dichoso. Pero en lo que se dividen las opiniones es sobre la naturaleza y la esencia de la felicidad y en este punto el vulgo está muy lejos de estar de acuerdo con los sabios. Unos la colocan en las cosas visibles y que resaltan a los ojos, como el placer, la riqueza, los honores; mientras que otros la colocan en otra parte. Añadid a esto que la opinión de un mismo individuo varía muchas veces sobre este punto; enfermo, cree que la felicidad es la salud; pobre, que es la riqueza; o bien cuando uno tiene conciencia de su ignorancia, se limita a admirar a los que hablan de la felicidad en términos pomposos y trazan de ella una imagen superior a la que aquél se había formado. A veces se ha creído que por encima de todos estos bienes particulares existe otro bien en sí que es la causa única de que todas estas cosas secundarias sean igualmente bienes".


(ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco, capítulo II "El fin supremo del hombre es la felicidad". Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, p. 14)



LOS QUE OBRAN BIEN SON DIGNOS DE LA GLORIA Y LA FELICIDAD Y LOS ACTOS VIRTUOSOS ENCANTAN AL QUE AMA LA VIRTUD, SEGÚN ARISTÓTELES



[...] los que obran bien son los únicos que pueden aspirar en la vida a la gloria y a la felicidad [...] la existencia de estos hombres que obran bien está, naturalmente, llena de encantos. Sentirse encantado es un fenómeno que se refiere exclusivamente al alma y un objeto tiene para nosotros encantos cuando decimos de él que le amamos: el caballo, por ejemplo, encanta al que ama los caballos; el teatro encanta al que ama las representaciones, como las cosas justas encantan al que ama la justicia, y, en general, los actos virtuosos encantan al que ama la virtud”.


(ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Capítulo VI: Justificación de la definición de la felicidad daa más arriba, p. 25)



LOS PLACERES DEL VULGO NO SON VERDADEROS PLACERES Y LAS ALMAS CULTAS SOLO GUSTAN DE LOS PLACERES VERDADEROS, SEGÚN ARISTÓTELES


Si los placeres del vulgo son tan diferentes y tan opuestos entre sí es porque no son, por su naturaleza, verdaderos placeres. Las almas cultas, que aman lo bello, sólo gustan de los placeres que por su naturaleza son placeres verdaderos, y lo son tales todas las acciones conformes a la virtud, que agradan a estos corazones bien nacidos, y les agradan únicamente por sí mismas. Además, la vida de estos hombres generosos no tiene necesidades, absolutamente hablando1, de que el placer se una a ella, como una especie de apéndice y de complemento, puesto que lleva el placer en sí misma; porque, independientemente de todo lo que acabamos de decir, puede añadirse que el que no encuentra placer en las acciones virtuosas no es verdaderamente virtuoso, lo mismo que no se puede llamar justo al que no se complace en practicar la justicia, ni liberal al que no se complace en actos de liberalidad, y así de todos los demás.”


(ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Capítulo VI: Justificación de la definición de la felicidad daa más arriba, p. 25)


___________


(1) Ésta es, en parte, la teoría platónica, y, por completo, la doctrina estoica.



EN QUÉ SENTIDO PUEDE AFIRMARSE QUE EL HOMBRE DE BIEN, EL VIRTUOSO, ES EL MÁS EGOÍSTA DE TODOS LOS HOMBRES, SEGÚN ARISTÓTELES


[...] podría decirse que el hombre de bien es el más egoísta de todos los hombres, pero este egoísmo es muy distinto de aquel al que se le da un nombre injurioso. Este egoísmo noble supera en tanto al egoísmo vulgar, como vivir según la razón a vivir según la pasión, y tanto como desear el bien a desear lo que parece útil.


Así, todo el mundo acoge bien y alaba a los que se proponen elevarse por encima de sus conciudadnos practicando el bien. Si todos los hombres luchasen únicamente por la virtud y dirigieran siempre sus esfuerzos a practicarla, la comunidad entera vería en conjunto todas sus necesidades satisfechas; y cada individuo en particular poseería el mayor de los bienes, puesto que la virtud es el más precioso de todos. Se llegaría a deducir esta doble consecuencia: de un parte, que el hombre de bien debe ser egoísta, porque haciendo el bien le resultará a la vez de un gran provecho personal y servirá al mismo tiempo a los demás; y de otra, que el hombre malo no es egoísta, porque sólo conseguirá perjudicarse a sí y dañar al prójimo, siguiendo sus malas pasiones. Por consiguiente, en el hombre hay una discordia profunda entre lo que debe hacer y lo que hace, mientras que el hombre virtuoso solo hace lo que debe hacer; porque toda inteligencia escoge siempre lo que es mejor para ella, y el hombre de bien solo obedece a la inteligencia y a la razón”.


(ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Libro Noveno, Capítulo VIII: “Del egoísmo o amor propio”, pp. 230-231).



DE LA AMISTAD O AFECCIÓN RESPECTO DE

LOS SUPERIORES

“Hay también otra especie de amistad que depende de la superioridad misma de una de las dos personas por ella unidas; por ejemplo: la amistad del padre con el hijo, y, en general, del de mayor edad con el más joven, del marido con su mujer, y de un jefe cualquiera con sus subordinados. Entre todas estas afecciones hay ciertas diferencias, porque no es una misma afección, por ejemplo, de los padres por los hijos, que la de los jefes por sus subalternos. Ni es idéntica la afección del padre por el hijo a la del hijo por el padre, ni la del marido por la mujer a la de la mujer por el marido. Cada uno de estos seres tiene su virtud propia y su función; y como los motivos que excitan su amor son diferentes, sus afecciones y sus amistades no lo son menos. No son, pues, sentimientos idénticos los que se producen por una y otra parte, ni habría necesidad tampoco de tratar de producirlos. Cuando los hijos tributan a sus padres lo que se debe a aquellos de quienes han recibido la existencia, y los padres hacen lo mismo respecto de sus hijos, la afección, la amistad, es entre ellos perfectamente sólida y todo lo que debe ser. En todas estas afecciones, en que existe cierta superioridad de una parte, es preciso también que el sentimiento amoroso sea proporcionado a la posición del que lo experimenta; así, por ejemplo, el superior debe ser amado más vivamente [de lo] que él ama”.


(ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Libro Octavo, Capítulo VII, p. 202).



EL FANFARRÓN Y EL HOMBRE VERÍDICO


“El necio vanidoso, el fanfarrón, es aquél que quiere hacer creer que, en las cosas destinadas a ilustrar al hombre, posee cualidades que realmente no tiene, o que supone que las que tiene son mayores que lo que realmente son. El hombre encogido, por lo contrario, oculta las cualidades que posee, o las rebaja. El que ocupa el término medio entre estos dos extremos se presenta tal cual es, tan sincero en su vida como en su lenguaje; al hablar de sí mismo se atribuye las cualidades que tiene, pero no las hace ni más grandes ni más pequeñas que lo que son [...] Todo hombre habla, obra y se conduce en la vida según su carácter propio, a menos que no tenga por objeto ningún interés particular. Pero como la mentira en sí es reprensible y mala, y la verdad, por lo contrario, es bella y digna de alabanza, se sigue que el hombre verídico, que se mantiene en el justo medio, es laudable, y que los que mienten en un sentido o en otro son reprensibles; aunque confieso que el necio vanidoso y fanfarrón lo sea más”.


(ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Libro Cuarto, Capítulo VII “De la veracidad y de la franqueza”, p. 107).




LA VERDERA AMISTAD



No es posible ser amado por muchos con una perfecta amistad, lo mismo que no lo es amar a muchos a la vez. La verdadera amistad es una especie de exceso en su género; es una afección que supera a todas las demás, y se dirige por su misma naturaleza a un solo individuo, porque no es muy fácil que muchas personas agraden a la vez tan vivamente, ni quizá sería bueno. Es preciso, también, haberse conocido y experimentado mutuamente y tener una perfecta conformidad de carácter, lo cual es siempre muy difícil. Pero cuando no hay de por medio otra cosa que el interés o el placer, es posible agradar a un crecido número de personas, porque hay siempre muchos dispuestos a contraer estas relaciones, y los servicios que se cambian de esta suerte pueden no durar más que un instante. De estas dos especies de amistad, la que se produce por el placer se parece más a la amistad verdadera, cuando las condiciones que la hacen nacer son las mismas por una y otra parte, y los dos amigos gustan uno de otro o se complacen en las mismas diversiones. Esto es lo que forma las amistades entre los jóvenes, porque en ellas es donde precisamente reinan la liberalidad y la generosidad de corazón. Por lo contrario, la amistad por interés es sólo digna del alma de los mercaderes.”



Fuente:


ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Libro Octavo, Capítulo VI “La verdadera amistad no se extiende a más de una persona”, pp. 200 y 201).




RELACIÓN ENTRE PRUDENCIA Y POLÍTICA



En el fondo, la ciencia política y la prudencia son una sola y misma disposición moral; sólo que su manera de ser no es la misma. Así, en la ciencia, que gobierna al Estado, debe distinguirse aquella prudencia reguladora de todo lo demás y arquitectónica, que es la que hace las leyes; y esta otra prudencia que aplicándose a los hechos particulares, ha recibido el nombre común que tienen ambas, y se llama Política. La ciencia política es a la vez práctica y deliberativa, porque el decreto prescribe el acto que el ciudadano debe ejecutar, y éste es el último término de la ciencia. Así que sólo los que dictan decretos pasan a los ojos del vulgo por hombres de Estado, porque son los únicos que obran, a la manera que los artistas inferiores trabajan por sí mismos. Otra distinción es que la prudencia se aplica principalmente al individuo mismo y a uno solo. Entonces recibe el nombre general de prudencia; pero, según a lo que se aplica es o la economía, es decir, el gobierno de la familia o la legislación, o, en fin, la Política, en la cual pueden reconocerse también dos partes distintas: la que delibera sobre los negocios públicos y la que administra justicia.”


Fuente:


ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Libro Sexto, Capítulo VI “Relaciones de la prudencia con la ciencia política”, p. 150).




LA FELICIDAD PERFECTA ES UN ACTO DE CONTEMPLACIÓN PURA



He aquí otra prueba de que la perfecta felicidad es un acto de pura contemplación. Suponemos siempre como incontestable que los dioses son los más dichosos y los más afortunados de todos los seres. Pues bien ¿qué actos pueden propiamente atribuirse a los dioses? ¿Es la justicia? ¿Y no nos formaríamos una idea bien ridícula de los dioses si creyésemos que entre ellos se llevan a cabo convenios y se restituyen depósitos, y que mantienen otras mil relaciones de este género? ¿Se les puede tampoco atribuir actos de valor, el desprecio de los peligros, la constancia en afrontarlos, haciéndolo solo por exigirlo el honor? ¿O acaso les atribuiremos actos de liberalidad? Pero en este caso, ¿a quién habrían de hacer sus donativos? Y entonces, sería preciso incurrir en el absurdo de suponer que se valen de la moneda y de otros expedientes del mismo género. Por otra parte, si son templados, ¿cuál es el mérito que en ello contraen? ¿No será una alabanza grosera decir que no tienen pasiones vergonzosas? Si se recorren al por menor todas las acciones que el hombre puede ejecutar, son todas verdaderamente bien mezquinas para atribuirlas a los dioses, y completamente indignas de su majestad. Sin embargo, el mundo entero cree en su existencia; por consiguiente, se cree también que obran, porque al parecer no duermen siempre como Endimión (1). Pero si en el ser vivo se suprime la idea del obrar, y con más razón la idea de hacer algún acto exterior, ¿qué otra cosa le queda más que la contemplación? (2) Así, pues, el acto de Dios, que supera en felicidad a todos los demás, es puramente contemplativo; y de los actos humanos el que se aproxima más íntimamente a éste es también el acto que proporciona mayor grado de felicidad”.



Fuente:


ARISTÓTELES. Moral, a Nicomaco. Tercera edición. Prólogo de Augusto Salazar Bondy. Lima: Editorial Universo, 1975, Libro Décimo, Capítulo VIII “Superioridad de la felicidad intelectual”, p. 257.

Notas:

(1) Rey, pastor o cazador de Caria a quien Júpiter castigó condenándole a un sueño de cincuenta años, según unos, y eterno según otros, por haberse enamorado de Juno.

(2) Este principio exagerado ha llevado al misticismo a locuras que todos conocen.

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